Alpiste, agua y luz. No necesitaba nada más.
Silbidos extraños pero habituales. Soledad acostumbrada. Del palo a la verja, de la verja al palo. Si tenía hambre comía. Si tenía sed bebía. Si era de noche dormía.
Podía oír a otros como él, pero no podía verlos. La curiosidad no era su fuerte.
Pasaban los días tan iguales unos a otros que se le atrofiaron las necesidades. Llegó a comer cuando tenía sed, a beber cuando tenía hambre y a dormir cuando el sol salía.
Pero un ínfimo detalle trastocó su destino inquebrantable. El papel en blanco que sustituía su dueño a diario para tener la jaula limpia, lo cambió por páginas de periódico. Por aprovechar papel más que nada. Buena intención, pero errónea.
La curiosidad del animalillo despertó. Tenía tiempo para aprender. Primero se interesó por las fotos, luego por los pies de foto, los anuncios por palabras, la cartelera... Así hasta hacerse un experto analista en editoriales.
Y llegó la conciencia. De tal modo, que utilizaba su recién poder adquirido para conseguir lo que no sabía que siempre había tenido.
Calculó el tiempo que se tarda en cambiar el papel de la jaula teniendo la puerta abierta. Al día siguiente escapó.
Antes de alejarse de allí, se posó en el tejado de enfrente. Y vio a su amo satisfecho, con su alpiste, con su agua y con su luz. No necesitaba nada más.
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