Con las mejores galas, después de un baño purificador, se sentará en una esquina del sofá con las piernas cruzadas esperando la visita.
El día anterior recopiló todo aquello que fueron adornos, complementos de una vida que tuvieron sentido hasta ese momento. Hizo atados para entregar a quien pudiera extender su uso. Menos un tocadiscos y un vinilo que sonaría hasta la llegada de la visita.
Dejó la luz de la entrada encendida y un farolillo junto a él como quien indica el camino con certeras flechas luminosas, faros para un crucero botado solo para él.
No sabía si iba a sonar el timbre o simplemente oiría el "tierra a la vista" de un grumete encaramado al mástil.
La espera se hizo incómoda, sobre todo si estás preparado desde la hora convenida. A veces las visitas no son puntuales.
Hubo un episodio inesperado:
Unos nudillos acariciaron la puerta y él abrió sabiendo que no era su visita. Una dulce voz preguntó si podía llamar a un familiar ya que le habían robado el bolso en una ciudad extraña.
Él pospuso la visita esperada para otra oportunidad en la que decida volver.
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