Por el camino quedan boletos arrugados sin premio. Deudas sin saldar. Feas acciones de propósito dudoso. Horas rellenas de minutos amargados que desprecian a sus segundos porque, esos minutos de envidia enconada, jamás serán horas. Al menos la tirria entretiene, haciendo liviano el paso del tiempo. Mejor enfermar con veneno que aburrirse. Mejor tocar timbres y salir corriendo con risas que esperar que alguien te llame y quedarte con las ganas, inmóvil en el sofá, mientras tus lágrimas cambian de canal aleatoriamente al caer sobre el mando.
Se prefiere la solitaria felicidad del dominio al jolgorio de la triste empatía.
La burla necesita pardillos tanto como la muerte necesita vidas.
En cualquier juego hay jugadores. En cualquier noche hay estrellas, aunque las nubes lo nieguen al ponerse delante y pícaramente se muevan con la argucia de un prestidigitador consumado.
Los personajes están para elegirlos. Alcanzar las preferencias no está al alcance de manos indolentes, pusilánimes o dirigibles.
En el arcén quedan los desprestigiados indecisos como boletos arrugados sin premio. A no ser que lo hayan preferido así. Entonces sus minutos serán horas.
El deseo cumplido se oculta tras las nubes, en cualquier estrella venenosa de la galaxia que prefieras.
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