El camino hacia la pureza obliga a laminarse con determinación hasta conseguir desaparecer. Y una vez allí, desangrado y descarnado, reinar. Nadie dijo que fuera fácil. De hecho, el éxito está reservado a un número ridículo de valientes. Llegar a ser grande tiene su dificultad, pero llegar a ser grandioso supone subir la cima con tan solo un motivo, despreciarla. Aquel que entiende tan intrincada contradicción sobre vuela miserables mezquindades, tan humanas ellas. El sacrificio es la clave. El sacrificio es la fórmula mágica que convierte amores sucios en puros. El sacrificio es la llave de todas las cárceles.
Y tras esta fatua disertación llega la más enconada de las realidades en forma de largo trago de licor amargo que pasa por mí para quedarse. Para recordarme que mi amor solo llegará a sucio, por más colonia que le eche. Para atormentar cualquier atisbo de pureza. Para dejar mis palabras a los pies de los caballos. Para sufrir una conciencia que no merezco. Para morir sin haber ganado la vida.
Aun así, terco y sombrío, mintiendo a mi alma, creo en los amores puros.
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