El alma humana es un cascarón vacío deseoso de ser llenado con lo que Dios planificó.
La precedente frase no es un dogma, tan solo es una posible dirección de miles distintas. Tan solo es una idea a falta de forma. Sirve para todos, creyentes o no. Dios puede ser todo y puede ser nada. En unos sitios se llama amor y en otros se puede llamar como cada uno quiera. Viene a ser lo mismo. Hablamos de un lugar donde la codicia no ha lugar. Donde el dolor no daña, ni la muerte engaña. Si todo está en su sitio, todo encaja. Llámalo ingenuidad dulce o placentera sensatez. En realidad, llámalo como quieras.
Somos seres espirituales de futuro corrupto que, durante el viaje, luchamos por llegar con alguna brizna de pureza intacta. El camino se presenta lleno de peligros e incertidumbres, pero también contiene emoción y belleza. Cuanto antes nos equivoquemos, antes podremos corregirnos. Somos seres imperfectos con capacidad para reconocerlo. La perfección tan solo pertenece a Dios. Dejémosle pues, a Él, tanta insondable responsabilidad. Y quedémonos con la pequeñez tarea de intentar ser felices, aunque sea por solo un instante, antes de abandonar huesos y conciencia, como quien los tuvo solo en préstamo, para un rato y nada más.
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