Acurrucado en un rincón de la habitación acarició un libro gastado y casi con las pulsaciones de un motor fuera borda abrió las tapas arrugadas como olas comprimidas. La emoción del descubrimiento tensaba los nervios y la adrenalina del peligro le acechaba como una navaja apretando la piel lo justo para no penetrarla haciendo que los cojones se le encogieran, endurecieran y se le subieran a la altura del ombligo. De un tirón acabó las historias que le contaba Jim Carroll cuando era joven. Arrogancia, carencia de mesura, sensación de inmortalidad, la vida a mordiscos y el mundo esperando ser devorado. Todo ello es sinónimo de juventud.
Después de unos años aquel adolescente está ahora, vencido, acurrucado, viejo y tembloroso. Está en el sofá frente a un televisor HD, bajo una manta de viaje avergonzada de su nombre.
El mismo chaval que un día quiso vivir con furia ha muerto.
La gente suele morir.
La gente tiene la mala costumbre de morirse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario