Un miligramo de amor en las venas espesa la sangre y mueve el suelo. Una vez que lo sientes no lo olvidas, es mortalmente adictivo.
Francis escribía poesías con tiza negra en las paredes, con el rabillo del ojo puesto en el móvil por si la culpable de todo lo hacía vibrar. No sabía nada de ella desde el sábado anterior. Él se preguntaba si había hecho algo mal, si había dicho algo inadecuado, si ella no sentía la necesidad de escribir poemas en las cortinas.
Francis se movía entre el deseo enajenado y el comportamiento decoroso. Entre llamarla a gritos o mantener una silenciosa dignidad. Entre arrastrarse como un gusano enamorado o sobrevolar su corazón latiente como un águila imperial.
Pasaron tres días más, cargados de incertidumbre en los que ni la comida, ni el sueño, ni ella, hicieron acto de presencia.
Al cuarto día vio en las noticias un terrible accidente donde un coche retorcido contenía sangre espesa y totalmente derramada. Dijeron que fue por un despiste al querer hacer una llamada con el móvil sin dejar de conducir.
"Un miligramo de amor en las venas espesa la sangre y mueve el suelo". La primera hostia, en el mejor sentido del término, se la lleva uno al principio y, cuando ya está metido en las deliciosas incertidumbres que proporciona el amor cuando acaba de empezar, le estalla en la cara una amasijo de hierros retorcidos y ausencia.
ResponderEliminarJoder, si tuviera sombrero (no hay de mi talla), me lo quitaría.
además de ser el mejor anuncio para la DGT, tendrían que prohibir conducir a los enamorados...
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