A ras de la hierba tras un salto de paracaidista aciago, a un milímetro de la piel deseada, a un segundo de la meta y al borde del abismo aparece una frontera inquietante que fluctúa entre ser imán o muro.
El loco azar se deja mimar por la inseguridad sin importarle el resultado.
Un misterioso arcano se baraja para ser elegido, una elección lo descarta.
Afuera se pudre el mundo porque antes floreció.
En un fracaso se oculta el secreto del éxito.
La oscuridad se suicidó con un hilo de luz.
Y un sencillo puñado de arroz venció al hambre.
En un callejón una vida malvive libre hasta que la muerte la esclaviza. O puede que morir libere y vivir enjaule. Imán o muro.
En muchas ocasiones veo muros, en contadas ocasiones veo imanes.
¿Cuántos imanes por muros necesitas tú para que esto merezca la pena?
Yo, tras dejar el hueco de mi figura en todos los muros traspasados sólo he necesitado un imán, uno tan sólo para seguir. Y cuando llegue el muro fatal que anule mi capacidad de horadarlo, dedicaré el último segundo de la llegada para recordar aquel bello y poderoso imán que siempre me ayudó a ver hierba donde sólo había arena, piel en lugar de mármol y diamantes donde sólo habían piedras pulidas por el óbito.
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