No hace falta que no puedas darme tu amor. Yo te daré el mío y cubrirá holgadamente el de ambos.
Este texto era el mensaje de un telegrama encontrado en un centro de recuperación de papel y cartón. El trabajador que hizo el descubrimiento lo recogió con emoción mirando a su alrededor como quien se agacha a coger cien euros huérfanos. Lo dobló, lo guardó. Lo tuvo en su bolsillo toda la jornada y ya en casa, sin quitarse el traje laboral se sentó en la mesa de la cocina y desplegó con mimo el intrigante tesoro.
Empezaron las pesquisas. Leyó datos personales, fechas.
La firma de la destinataria era un borroso y rácano rayajo de línea nerviosa y desganada, como quien quiere acabar cuanto antes el trámite.
Supuso que fue ella la que depositó el telegrama en el cubo de basura para papel.
El trabajador no tenía que suponer cómo se sentiría aquel desconocido si conociera aquella declaración rehusada.
Se quitó el uniforme, entró en la ducha, quedó inmóvil bajo el agua el tiempo suficiente para superar el dolor, dejándose inundar con dulzura de su amor por ella que, como ondas distraídas rebotaban en los azulejos calmando su angustia, confirmando así la autenticidad contenida en aquel telegrama sin respuesta.
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