De todas las formas en las que se puede mejorar, me quedo con la de carne picada. Masa moldeable preparada para el fuego.
Retornar a la infancia con aromas de hamburguesa, tomillo y cómic.
Alentar la rebanada, desmontando huesos lanzándolos al aire para una vez en tierra olvidar el lugar que ocupaban todos los pasadores.
Me reconozco más en ordenadas disgregaciones que en caóticas uniones.
Que me piquen y me dejen secar al viento de palabras suaves. Igual que un ibérico embutido bien curado, con especias cuidadosamente seleccionadas.
Que me dejen colgado hasta que una harina en forma de pan me abrace.
Al fondo del pasillo oigo afilar cuchillos. Son como cantos de sirena que me atraen haciéndome temblar. Cuesta aceptar los deseos.
El abecedario ruge como cuando lo desconocía. La pureza me persigue sabiendo que solo quedan sombras.
Pero mi carne picada son las migajas que he ido dejando desde niño. Y me indican el camino de vuelta a casa. A la tierra. A la nada.
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