Aquí tienes un amasijo de huesos solitarios, escondidos en una carne limitada con el riego sanguíneo cansado.
Hasta aquí he llegado con lo poco que tengo y canto una aleluya.
Aquí tienes una alma empapada de gruesa llovizna, incapaz de guarecerse. Los soportales están ocupados. Tiemblo desfallecido pero sigo cantando.
La gente corre a cumplir sus cometidos mientras yo sigo buscando el mío.
El traje se aleja de mi cuerpo, no se si porque lo desprecia o porque sencillamente no lo encuentra.
Sigo cantando en medio de un desierto arado para nada. Las raíces crecen ocultando el fruto. La humedad que me queda no nutre la tierra, tan solo la convierte en barro.
Sostengo con dificultad maltrechos sueños, harapos de una esperanza vencida.
Aquí tienes zumo amargo de naranja sin recolectar. Folios abandonados a la puerta de un colegio. Promesas de un próximo cadáver.
Canto una aleluya por no ser desagradecido.
Aquí tienes lo que da sentido a mis huesos solitarios: el amor de ellos por ti.
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