En el sofá habitan pesadillas de todas mis siestas desordenadas en forma de ácaros fornidos. Sus aguijones se clavan como finísimos pelos al sentarme y los sarpullidos colorean de rojo la piel de mi descanso.
La televisión espolvorea cadáveres alrededor en diferido. Intento evitar que los fragmentos ensangrentados me sepulten antes de que la realidad se demore.
Busco un mundo mejor en otro canal pero acabo cayendo al vacío desde el precipicio de la vigilia. Un golpe y un crujido me entrega al sueño más sucio, más vil, más mío.
Me niego a despertar si no te vuelvo a ver, si no está a mi alcance tu pelo, si no vibra en el aire tu voz, si no hay rastro de tu aroma para husmear.
Atenazado engullo pensamientos malsanos, trillados, purulentos.
La realidad se me cae a pedazos vencida por un sueño sobrecogedor, igual que la vejez expulsa sin compasión cabello y dentadura. Bajo el sofá quedan huérfanos mis dientes y mis pelos. Sobre el sofá tengo un cuerpo decadente entregado a una victoriosa pesadilla.
He dejado de pelear al saber que no te volveré a ver.
El sofá es mi mortaja y el sueño mi condena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario