Rodeados de un viento furioso nos buscamos como animales en celo. Es la pura ley escrita desde el comienzo. Nadie escapa a su destino.
Hay matorrales en el salón que nunca antes había visto. Igual llegó la primavera y soy incapaz de notar su calor. Afuera florecen alcornoques, menos yo, siendo el mayor de todos. Quizá necesito salir pero, si no oigo tu llamada, soy incapaz de moverme. Y embobado veo como se me pudren los espermatozoides. Es tan entretenido verlos morir que lo de fuera me es indiferente. A no ser que oiga tu voz y me saque del ensimismamiento de golpe.
He visto una flor en el sumidero, un gato callejero en el desván, una galleta en el armario. Es un hecho que necesito salir.
El móvil permanece siempre cargándose por si llamas. En llamas permanezco mientras espero.
Hago planes para la fuga. Tras la estantería de los libros escondo una cucharilla de café con la que estoy haciendo un butrón. Tarde o temprano sacaré la cabeza fuera. Sabré que lo he conseguido cuando me azote el viento furioso, cuando suene el móvil o cuando un gameto mío se revele a la ley ingrata.
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