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viernes, 2 de agosto de 2013

LA LEY INGRATA V



Andar sobre una alfombra no es andar. Hace falta notar las piedras, no el pelo.
El yeti busca al hombre que fue, por ti. Por entre la nieve rebusca como un loco tus huellas invisibles. La realidad rehuye hasta de su propia existencia. El peso es insufrible, demoledor. Agazapado en las altas montañas percibe la huraña presencia de la humanidad. Decidió esconderse cuando te perdió. Esa amarga realidad le hizo retroceder en la escala evolutiva hasta el llamado eslabón perdido. El hechizo de tu ausencia lo volvió rocoso, lunático. En su realidad transita tu memoria brumosa como una tiránica niebla, eternamente a la fuga. Cuando le dijiste que no, le dejaste en una carretera cortada, almibarada de vacío, con las señales inservibles y el destino suspenso. Mas vale solo que sin ti. La razón se le derritió como la cera se consume por una vibrante llama. El trastornado yeti no ha dejado de andar desde entonces, condenado a buscar un destino inviable, tanto como su realidad de jirones hecha. El amor exento le fulmina la razón y deambula por níveos páramos como hacen las víctimas tras una catástrofe de asimilación imposible. Contigo, el yeti enamorado parecía un encantador peluche; sin ti, parece un horrible corredor sombrío en una maratón a la que le han hurtado la meta, escupiendo a su paso fiebre, dolor y locura. La realidad de tu falta convierte al temido y musculoso yeti en un vulnerable guiñapo, infructuosa masa de absurdidad hasta para el circo menos exigente y escrupuloso. El yeti fue humano cuando soñaba que le querías. Hasta que le dijiste que ya no. Entonces la realidad, de ingrata ley, le devolvió de golpe a su naturaleza de yeti con todo su pelo salvaje. Pelo restituido en su honor al cubrir una bestia libre y no una dependiente anomalía. 

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