Fue un día tormentoso como los que se atascan y se niegan a progresar suavemente, de esos en los que la balanza se inclina a favor del infortunio sin disculparse por ello.
Fue como un golpe en el mentón a cámara lenta, tras el cual se ve perder uno a uno los dientes, fotograma a fotograma. Fue uno de esos días en los que te preguntas qué has hecho mal para que todas las nubes grises alargadas del mundo te persigan, para que a tu paso se marchiten flores y propósitos, dejándote tan desconcertado como una única luz en la total oscuridad. Aquel tiempo se hizo eterno y dejó secuelas de tamaño insoportable al amputar cualquier fibra de discernimiento. Aquel día no pasaba ni por el empuje del siguiente, ni por la fuerza de un futuro peor. Y allí se enroscaba una larga línea sin final como candado sin llave. Fue un día más común de lo que parece. Cualquier ser humano lo ha padecido. Tocamos a uno por persona, o a más. Incluso hay casos documentados de gente en los que todos los días de sus vidas han sido tormentosos de principio a fin, con sus alargadas nubes grisáceas alrededor.
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