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jueves, 26 de febrero de 2015

CREER EN LO QUE FALTA POR VER


Por el camino se pierde la pista, a la vista está. Tenemos ojos que nos conducen hacia lugares que nos alejan de los sueños, simplemente por tenerlos abiertos y encasillados por las miradas impropias. Perdemos el hilo antes de hilvanarlo. Se pierde la memoria intentando recordar fantásticos hechos inexistentes para autobiografías de cartón piedra. Creemos en lo que se repite en cuanto la reflexión se despista. Creemos en el reflejo de la sombra más que en la luz que lo produce. Aprendemos a fiarnos de la caprichosa razón amontonada como ganado hambriento en busca de nutrientes y, cuando nos tumbamos para disfrutar de una alegre digestión, la muerte nos pilla con el abdomen enjoyado y el alma empobrecida. Para creer hay que ver y para ser visto lo mejor es ser el anfitrión en el funeral. De incrédulos insensatos están llenos los cementerios. Su fama les precede.
Por el camino se pierde la vida, a la vista está. Creer en lo que falta por ver no te da la inmortalidad, pero aligera ingratos tránsitos, roñas y pesares.

CORAZÓN QUEBRADIZO EN PECHO INDOMABLE


La belleza del deterioro es un valor añadido cuando proviene de féminas sin pudor, de mujeres en calma ante la hecatombe, de cuerpos preñados de origen en el pleno y absoluto final. Ser ella es serlo todo. Nos traen como madres para llevarnos a la orfandad como pretendientes. Y si han desarrollado en su plenitud la autosuficiencia, nos matan. Cumplen su cometido fácilmente complicando el nuestro. Nos traen y nos atraen. Su fogosa generosidad nos da todo, al tiempo que todo nos quita. Salimos de sus vientres para pasar toda nuestra existencia deseando volver a ellos. La orfandad se nutre de nacimientos como la enfermedad de salud. Ellas lo saben y aun así continúan engrosando la lista de la continuidad. Parece que les haga gracia parirnos. No nos preguntan. Ni falta que hace. Saben que el espectáculo debe continuar.
Es su tozudez lo que las hace adorables a pesar de todo, a pesar de nosotros.
Tienen todo. Y todo lo dan.

jueves, 19 de febrero de 2015

DIFICULTADES


Al amparo de la extrañeza surgen las dificultades para vivir. Desde que recuerdo siempre fue igual. Tanta inutilidad acumulada en una misma persona produjo un mudo monstruo incapaz de articular palabras sensatas. Perdido y despistado opté por ser un ser antisocial y taciturno, quizá por no tener más a mano otras respuestas, otras opciones. Obligado a ganarme el respeto, acabé perdiéndolo. Luché contra la escena exterior sin comprender que era un simple decorado, sin apenas atisbar que la verdadera batalla se cuece dentro, bien dentro.
Las dificultades se me acumularon como lluvia en el mar.
Sin lucidez todo son sombras. Sin armas todo son derrotas. Y después de tanto darme contra mi propio muro he llegado a la conclusión de que no se me da nada bien vivir.
Espero que, al menos, la muerte se me dé mejor.

AMOR EN BRASAS


No hay canciones de amor. Son todas de amor en brasas, humos de amores calcinados. Hasta las que hablan de las primeras chispas son solo una llamada a los bomberos. Todos los amores acaban igual, extinguidos. Solo se diferencian en la cantidad de ceniza que dejan. Unos arden rápido, otros lentamente, pero, la mayoría olvidan la combustión. Tengo un amigo bombero que llegó a una lastimosa conclusión tras examinar decenas de incendios amorosos. Me dijo sin temblar que el amor no existe. Yo le dije, algo inseguro eso sí, que, de tanto manejar conceptos científicos, había perdido de vista el significado real de la palabra amor. Le dije con tenue voz para no ofender su intachable profesionalidad que, quizá el amor no sea amor si no ha sido abrasado, machacado, fundido hasta la desaparición. Él me miró con dulce paternalismo y, sin decir nada, me abrazó como se abraza a un amigo al despedirse en una estación. Supo en ese instante que yo sería uno más de los troncos condenados a la próxima hoguera que él debería apagar.

jueves, 12 de febrero de 2015

ES POR SU BIEN


En el buzón de su domicilio le llegó una carta de desahucio que, con educadas palabras, le invitaban a hacer las maletas y salir de su hogar como quien va a hacer un viaje de placer con el Imserso hacia la felicidad sin pagar nada por ello y sin billete de vuelta. Su bien organizado destino no tenía más que ser recibido con agradecimiento y alegría. Además, le daban un mes para no pensárselo. Por entre sus temblores al leer aquel poético requerimiento surgieron unas insignificantes dudas que no darían mucho de sí. Nunca imaginó un final tan desorientado al final de sus días. Pero tal cantidad de palabras irreprochables lo dejaban tranquilo y, sinceramente, lo de la tranquilidad sí le recordaba sus deseos de juventud al soñar con su vejez. Y salió de su casa con la certeza de que era por su bien. Los compromisos se cumplen.
Y él era un hombre de palabra.

EL DOLOR NO SIRVE PA NA


Los galones que otorga el sufrimiento no los quiero, siempre se me clavan en la piel atravesando cualquier tejido por grueso que sea, da igual que lleve ropa de invierno, siempre me jode su dolor. Como dijo aquel: tengo más querencia por el hedonismo que por el nihilismo. Y mira que queda bien saber encajar los golpes pero, es que: no puedo.
Soy más de besos y arrumacos, de palabras dulces cerca del oído orillando peligrosamente el empalago, de superar dificultades con faltas de asistencias injustificadas o de soportar sobreexposiciones a los obsequios más furibundos.
Tengo las suficientes horas de vida para no ir contra mí, solo por no parecer lo que no soy. Ello no me hace mejor pero sí aligera mi desagrado al verme y juzgarme.
El dolor no sirve pa na. Lo digo cuando lo siento pero ¡maldita sea!, he de reconocer que una vez superado me ha salvado de ser un completo y redomado imbécil. Y lo malo es que, al tener una inteligencia low cost y la memoria de un politoxicómano tras un festival semanal con todo gratis, mi capacidad de aprendizaje es casi nula.
Tengo horas de vuelo. Y no me han servio pa na. Pero las doy por buenas porque, junto al dolor, me han hecho comprender que no puedo culpar a nadie, de cómo quedará mi foto, de viajero estrellado, en la lápida.