Por el camino se pierde la pista, a la vista está. Tenemos ojos que nos conducen hacia lugares que nos alejan de los sueños, simplemente por tenerlos abiertos y encasillados por las miradas impropias. Perdemos el hilo antes de hilvanarlo. Se pierde la memoria intentando recordar fantásticos hechos inexistentes para autobiografías de cartón piedra. Creemos en lo que se repite en cuanto la reflexión se despista. Creemos en el reflejo de la sombra más que en la luz que lo produce. Aprendemos a fiarnos de la caprichosa razón amontonada como ganado hambriento en busca de nutrientes y, cuando nos tumbamos para disfrutar de una alegre digestión, la muerte nos pilla con el abdomen enjoyado y el alma empobrecida. Para creer hay que ver y para ser visto lo mejor es ser el anfitrión en el funeral. De incrédulos insensatos están llenos los cementerios. Su fama les precede.
Por el camino se pierde la vida, a la vista está. Creer en lo que falta por ver no te da la inmortalidad, pero aligera ingratos tránsitos, roñas y pesares.
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