El viento nos da en la cara y envejecemos.
El puente se traga el automóvil y oscurece.
Nos miramos haciendo medias lunas con los labios porque no sabemos donde vamos. Al cambiar de marcha nos tocamos ligeramente y sonreímos por dentro, embriagados de excitación. Da todo bastante igual, si queda algo de gasolina y algo de amor. Hay quien circula con el depósito lleno y el corazón deshabitado. Es circunstancial y cíclico. No es un drama quedarse tirado en la carretera por uno u otro motivo, siempre te puede recoger alguien y vuelta a empezar.
La sorpresa te pilla si o si, con planes o sin ellos. Lo malo es que la sorpresa es una moneda con dos caras opuestas: la buena y la mala.
Yo, prefiero tirar la moneda por la ventanilla con el coche en marcha y que sea otro el que averigüe el resultado. Así decido yo mi suerte.
Está en tus manos también. Si le robas el poder a la fortuna, es toda tuya.
Las curvas nos doblan y empequeñecemos.
Las cuestas empinadas nos agotan.
No obstante, si sentimos la fuerza del motor en una pluma que se deja mecer por todos los vientos pero no se doblega a uno solo, llegaremos sanos y salvos al final de la vida.