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jueves, 28 de abril de 2011

EL FUEGO Y LA SOTANA

Acurrucado en un rincón se tapaba las tiernas orejas cuando oía los pasos de arena acercándose por el largo, frío y oscuro pasillo del internado. La humedad podía evaporarse aun faltando el calor. La luz llegaba solamente a través de rezos intermitentes a lo largo de días en bucle, más iguales los siguientes que los anteriores, más ásperos los venideros que los pasados.

El religioso no perdonaba una siesta. Y esa era la hora en que arrastraba sus delicados pies de santo por el largo, frío y oscuro pasillo.

El aprendiz había perdido la fe una tarde de cuaresma con verdadera facilidad y se preguntaba si no era digno hijo de Dios; si sentir miedo, furia y confusión le acercaba al ángel negro. Sentía una mezcla explosiva en su corazón, ardía de odio y asco. ¿Había abandonado él a Dios o había sido abandonado por Él?

Mientras, las tardes pasaban pegajosas, hediondas, sin luz de paraíso alguno.

El niño creció habiendo visto la luz a través del fuego.

Y se hizo hombre deseando con todas sus fuerzas que el portador de la sotana estuviera acurrucado eternamente en los pasillos de un infierno en el que ya no creía.

1 comentario:

  1. Escalofríos e historias reales. Que bonito sería que tu escrito fuera una historia ficticia... Pero para eso inventó Dios la religiones... ¿Quien no conoce de algún cabrero que se haya tirado a sus cabras en la soledad del monte?

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