Cada uno se tiene a sí mismo con sus vicisitudes, desatinos y carencias. Enfrente los demás. También lo demás y lo de menos con su azarosa temporalidad. Un muro tan alto como nuestras debilidades se va construyendo a golpes de demolición. Cuanto más se intenta traspasar más se fortalece. Allí escribimos nuestra historia, con disparos, furia y temblores. Con la tinta de corazones derramados se dibuja en la seca pared lo doliente que llega a ser el amor roto y usado, aunque cada minúscula sección separada del todo, brilla cegadoramente. Y no estoy hablando de ningún muro de las publicaciones. Hablo del que se llena con nuestros actos, deseos e incapacidades. Es un diario de cemento para adolescentes suicidas, de esos que no pueden ver la vida sin sentir todo su peso sobre su bendita juventud. Y cuando la pared la tienen casi en su totalidad garabateada descubren su sentido al dar un paso atrás y separarse de ella en vez de intentar traspasarla. Entonces ven que ese muro no se hizo para lamentaciones porque han dejado la juventud por el camino de la sabiduría.
Dejémonos de gilipolleces y dejemos bonitas paredes con sus desconchados. Y con lugar para que los que nos sucedan puedan escribir sus iniciales encerradas en un corazón de tiza.
Dejémonos de gilipolleces y dejemos bonitas paredes con sus desconchados. Y con lugar para que los que nos sucedan puedan escribir sus iniciales encerradas en un corazón de tiza.